lunes, 24 de marzo de 2014

LA TRASTIENDA DE LOS ANHELOS

Hace unos días una mujer de mediana edad, que bien pudiera ser yo, buscando algún que otro cachivache para un cuento, entró en una gran tienda de segunda mano. 
Una de esas que llaman “rastrillos”. 
Más que “por los rastros sangrientos de los arrastres de animales muertos por sus pasillos”, me imagino que por las pequeños reliquias que allí se almacenan
 entre polvo y paja.

Quizás una de esas como hay pocas, que dejan las ganancias en pequeñas acciones solidarias y cuyos objetos son meros vehículos de intercambio para dar de comer a los que no tienen, de beber a los que lo necesitan y resguardo espiritual
 al que está perdido. 

Y entre esas fábulas curiosas que tiene la vida, 
la mujer por suerte encontró las cosas que venía a buscar.

-¿Lo ha encontrado? preguntó una voz que asomaba entre las estanterías.

- Parece que sí, le contestó sonriendo “la doña”.

-¡Qué bueno! Dijo con una inmensa alegría un anciano apareciendo entre los libros.

“No hay nada que me haga sentir mejor que la gente encuentre lo que busca”.
- Vaya. ¡Cuanto me alegro! Le exclamó sin mucho convencimiento la mujer.

¡Ojalá, todo el que entrara en mi trastienda, encontrase lo que está buscando! 
Dijo ahora en cierto tono solemne el dueño y anciano.

-Así quizás, tendrían motivos para venir de nuevo ¿Verdad? 
 Dijo en esta ocasión la misma mujer en cierto tono sarcástico.

-Cierto, así mantendrían el aliciente para encontrar, una nueva cosa,  con la que satisfacer otra nueva necesidad.

Pero lo cierto, continuó con cierta profundidad, es que la gente pretende encontrar cosas sin saber que es lo que quiere, y así es difícil que me alegren el día, añadió sonriendo.

¡Cuantos no entran aquí perdidos, 
buscando a ciegas algo que cubra 
una necesidad que desconocen!. 

La mayoría diría yo. Decía.

-¿Como? Preguntó desconcertada en esta ocasión la dama, 
mirándole a los ojos y con más disposición para la escucha.

- Mire, esto pocos lo saben, pero se lo voy a contar. 
Aquí donde me ve, con estos casi setenta otoños a las espaldas y este atuendo, yo he visto bastante mundo. 
Me crié en España, pero estudié largos años en Francia y Alemania, donde saqué dos carreras y aprendí varios idiomas. Pasé 30 años viajando entre Europa y los Países Arabes observando y aprendiendo, y mire usted que nadie en ningún sitio allá donde estuve, supo nunca a ciencia cierta qué buscar. Vagaban perdidos entre grandes coches, altos conocimientos y profundas religiones, pero nadie en ningún caso sabía que quería más allá de lo efímero, lo exitoso o lo material.

En cambio, parece que yo lo tenía claro. 
Sólo busqué llenar mi vida, y lo encontré a él al pie de cada farola, bajo cientos de techos de cartón y uralita, bajo la sombra de una jeringuilla, o en las lágrimas de una madre, bajo la nieve en polvo de un viaje sin retorno. 
Allí estaba, y está cada mañana cuando despierto, y aún con todo, veo el sol en sus sonrisas. 
Allí está cuando extiendo mis manos vacías de ego y rabia, y se llenan de amor.

Ahí está cuando lanzo palabras de consuelo, de compasión y de esperanza, y brotan nuevos senderos de luz a mi paso.

Ahí está cuando desde este rincón de los anhelos alguien encuentra en su alma, lo que vino a buscar.

Yo vine buscando respuestas,
le dijo ahora con cierta reserva la de cuarenta, 
... y un instrumento en madera. 

Y para alegría del filósofo y tendero puedo decirle,
continuó, 
que en esta trastienda de los anhelos, encontré las dos cosas:

Una historia para un cuento...

... y el instrumento, también.


Dedicado a todos aquellos
 con anhelos en la trastienda, que buscan sueños. 
Pues como dice mi amigo Manolo: 
“Sólo el que sabe lo que busca, encuentra”.

Almudena Varona M
www.lavidacuentacuentos.com 

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